En 1879 el ejército británico sufrió una terrible
masacre a manos de los Guerreros Zulúes en Isandlwana. Unos meses
después, sin embargo, toda Zululandia estaba en sus manos.
, Historia NG nº 110
Guerreros zulúes del Rey Mpande. George F. Angas. siglo XIX.
Por qué los hombres blancos quieren comenzar por nada? ¿Por qué el
gobernador de Natal me habla sobre mis leyes? ¿Acaso voy yo a Natal y le
dicto a él las suyas?". Así respondió el rey zulú Cetshwayo a las
exigencias de las autoridades británicas en África del Sur para que
disolviera su temible ejército. Los británicos pretextaban que Cetshwayo
había cometido actos de crueldad contra su propio pueblo y contra los
europeos, pero la verdadera razón de su hostilidad era otra: en su
progresiva ocupación de todo el sur de África, no podían tolerar la
amenaza que representaba un pueblo guerrero como el zulú, que desde
hacía sesenta años había constituido un verdadero imperio.
Las
presiones continuaron, y a finales de 1878 el Alto Comisionado británico
en la zona, sir Henry B. Frere presentó a los zulúes un ultimátum. El 6
de enero de 1879, sin esperar a que éste expirase, el general
Chelmsford invadió Zuzulandia al frente de 17.000 hombres, la mayoría de
ellos veteranos de la metrópoli, además de un importante contingente de
tropas auxiliares de Natal, africanas y europeas. Divididos en cuatro
columnas, comandadas respectivamente por los coroneles Wood, Pearson,
Glyn y Durnford, debían converger sobre la capital zulú, Ulundi, en lo
que todos pensaban que sería un paseo militar; el primer choque con los
zulúes, en Nyezane, así parecía anunciarlo. Con sus cañones de 7 y 9
libras, cohetes, ametralladoras Gatling y el eficaz fusil Martini-Henry,
provisto de una temible bayoneta, además de la caballería y los
habituales sables, espadas y lanzas, la superioridad armamentística de
los británicos era aplastante.
Los zulúes oponían sus armas
tradicionales: el iklwa, una "lanza" de asta corta y hoja larga,
prácticamente una espada, así como grandes escudos, mazas, hachas y
jabalinas. También poseían bastantes fusiles, aunque de modelos
antiguos, con llave de chispa o de pistón. La fuerza de los zulúes radicaba en su capacidad de movilizar a una gran masa de guerreros,
hasta 50.000, y en la táctica ofensiva ideada por el Rey Chaka, fundador
del imperio zulú a principios del siglo XIX, llamada "cuernos de res":
mientras el centro, el "pecho", atacaba, los "cuernos" rodeaban al
enemigo por los flancos hasta vencerlo en una cerrada lucha cuerpo a
cuerpo.
El 20 de enero, la columna comandada por Glyn, en la que iba
Chelmsford, llegó a un punto de Zululandia llamado Isandlwana. No era
una posición difícil de defender, pero Chelmsford, tras un
reconocimiento somero del terreno, decidió no fortificarla con zanjas o
parapetos, en contra de las normas del ejército colonial. Fue el primero
de los errores que cometió el comandante en jefe, confiado en que sólo
pasarían allí un día y en los informes que le aseguraban que en la zona
sólo había pequeños grupos de zulúes. Poco después, Chelmsford cometió
su segundo error: al enterarse de que un grupo explorador se había
topado con "el enemigo" creyó, equivocadamente, que lo atacaba el grueso
del ejército zulú y salió del campamento con unos 2.500 hombres para
llevarle refuerzos.
La gran Derrota Británica
Entretanto,
sin que los británicos lo supieran, el ejército Zulú, al mando del muy
capaz Ntshingwayo y de su segundo, Mavumengwana, se estaba aproximando a
Isandlwana. Allí habían quedado 1.170 efectivos, incluidos 421
africanos, cifra que aumentó hasta los 1.700 tras la llegada de la
reserva africana de Durnford; todos estaban al mando del teniente
coronel Henry Pulleine. Poco después de la partida de Chelmsford, los
británicos escucharon un fragor "como el de un tren" y de inmediato
contemplaron horrorizados la llanura frente a ellos ocupada por los
regimientos zulúes, en total unos 20.000 hombres. El asalto no se hizo
esperar. Al grito de "¡Matad a los hombres blancos!", los guerreros
zulúes se abalanzaron en oleadas sucesivas contra el campamento enemigo.
Los comandantes británicos estaban convencidos de que con las nutridas y
precisas descargas de fusilería, la artillería y los cohetes, la
guarnición podría repeler cualquier asalto de los africanos. Pero los
británicos habían organizado una línea defensiva demasiado delgada y,
además, enseguida tuvieron problemas con el defectuoso aprovisionamiento
de municiones.
En Isandlwana, los
zulúes infligieron una dura derrota a los británicos, el 22 de enero de
1879. Óleo por Charles E. Fripp. Siglo XIX. Museo Nacional del Ejército,
Londres.
Los británicos tan sólo pudieron resistir unas
horas. Al atardecer no quedaba un solo defensor en Isandlwana: quien no
había podido huir había muerto. Al volver al lugar, al finalizar el día,
las tropas de Chelmsoford se encontraron con un espectáculo desolador: "Había muertos por todas partes. Todos estaban mutilados [...] Un niño
tambor colgaba de un carromato por los pies: le habían cortado el
cuello. Había dos combatientes muy juntos: el zulú tenía una bayoneta
atravesada en el cráneo; el hombre blanco, una lanza clavada en el
pecho. Vimos imágenes semejantes en todo el campo". En total, las
pérdidas británicas ascendieron a 1.329 soldados: 858 europeos y 471
auxiliares nativos. Sólo 60 europeos escaparon con vida. Los británicos
perdieron 52 oficiales, cuatro más que en la batalla de Waterloo. Pero
los zulúes, pese a su victoria, no salieron mejor parados: murieron unos
2.000, víctimas de las bayonetas y el fuego británicos, aunque algunos
autores elevan la cifra a 3.000, incluyendo a los heridos, muchos de
ellos rematados por los soldados ingleses.
El mismo día 22, por la
tarde, se produjo otro choque, apenas diez kilómetros al oeste de
Isandlwana, en Rorke’s Drift, un puesto defensivo británico en
territorio de Natal, en la frontera con Zululandia. Deseoso de repetir
la hazaña de Isandlwana, un lugarteniente de Cetshwayo, Dabulamanzi,
cruzó con sus hombres la frontera y rodeó la guarnición. La
desproporción de efectivos era incluso mayor que en la batalla anterior:
4.000 zulúes frente a un contingente británico de 140 europeos, ya que
un destacamento de soldados nativos había desertado.
Los zulúes, además,
pudieron utilizar 100 o 200 fusiles Martini-Henry del millar que
capturaron a los británicos en Isandlwana, y que dispararon desde una
colina cercana. Pero en esta ocasión los mandos británicos, en especial
el teniente Chard, fortificaron adecuadamente la posición, que en teoría
era más difícil de defender que la de Isandlwana, y repelieron durante
doce horas los sucesivos ataques africanos. Finalmente, tras sufrir un
elevado número de bajas, unas quinientas, y exhaustos por haber comido
precariamente en las últimas 72 horas, los zulúes se retiraron a las
cuatro de la mañana del día 23. Por parte británica hubo tan sólo quince
muertos, muchos por disparos de bala. Once de los supervivientes
recibieron las más altas condecoraciones por parte del gobierno
británico, también para "exorcizar" el fracaso de Isandlwana.
Batalla de Rorke's Drift
Este óleo muestra la resistencia de la guarnición británica de Rorke’s
Drift ante el asedio zulú el 22 de enero de 1879. La noticia del
desastre de Isandlwana parecía propiciar una huida en desbandada. Pero
el centenar de soldados mantuvieron la calma, organizaron un reducto
defensivo y aprovecharon su superior potencia de fuego.
Ntombi perdieron
79 hombres al ser derrotados por los swazi de Mbilini, aliados de los
zulúes. Días después morían otros doscientos británicos en un choque en
Hlobane. Y unos meses después caía en una escaramuza Napoleón Luis
Eugenio, hijo del antiguo emperador francés, que se había alistado como
voluntario en el ejército británico.
Pero para entonces la máquina
militar británica ya había impuesto su ley. En la batalla de Khambula,
el 29 de marzo, los zulúes perdieron dos mil hombres, y unos días
después cayeron otros mil en Gingindlovu ante los fusiles y
ametralladoras de Chelmsford. En la última batalla de la guerra, en
Ulundi, el 4 de julio de 1879, los zulúes apenas pudieron resistir media
hora; sufrieron mil bajas, por apenas diez muertos y 69 heridos
europeos. Al mes siguiente, Cetshwayo era capturado por los británicos.
Con él, el mítico reino zulú llegaba a su fin.
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