En la caótica capital de la República Democrática del Congo, el arte es una manera de sobrevivir.
Fijese en el artista. Sale de un cobertizo que no es mayor que la celda
de una cárcel, aunque está pintado de vivos colores y encima de la
puerta hay un letrero que anuncia: "Place de la Culture et des Arts". El
artista vive y trabaja aquí. Lleva un corte de pelo al estilo mohicano,
aretes de oro, gafas ultragrandes con montura negra, botas de cowboy,
cinturón de Dolce & Gabbana y una holgada camisa de tonos cobrizos.
Se llama Dario, tiene 32 años y nos dice muy ufano: "Yo soy el Rey de
este Barrio".
El barrio en cuestión es Matete, un lugar
superpoblado, mísero y peligroso que es conocido por sus atletas y por
los ladrones. (No lo es tanto por sus artistas adictos a la moda.) Junto
al cobertizo de Dario, una anciana sentada en el suelo vende
montoncitos de carbón. Calle arriba se extiende un laberíntico mercado
donde los comerciantes venden martillos, plátanos y cigarrillos.
Un poco
más abajo, una pareja de policías intenta sujetar a una mujer
perturbada que se arranca la ropa del cuerpo. Estamos en el vibrante
corazón de Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo,
una urbe en la que parámetros como el índice de nutrición per cápita y
la calidad del agua sugieren unas condiciones de vida cercanas a la
muerte. Pero la realidad es que Kinshasa está muy viva.
«Pasen»,
nos invita Dario. En el cobertizo no hay ninguna cama. Las paredes están
llenas de cuadros del propio Dario, que no son en absoluto lo que
cabría esperar del individuo presumido y fanfarrón que vi por primera
vez en un concurso de sape, un evento donde los varones kinois, como se
conoce a los habitantes de Kinshasa, exhiben la ropa de lujo con la que
han logrado hacerse.
Emergiendo de aquel extraño mar de petulantes
depauperados, Dario había avanzado hacia mí, señalándose a sí mismo y
alardeando: "¡Pantalones de Yohji Yamamoto! ¡Botas de El Paso! ¡Mi gorra
Kassamoto cuesta 455 euros!". Y había seguido perorando hasta que salió
a relucir que, además de ser un consumado sapeur, o adicto a la moda
("Cuando muera, haré que entierren mi ropa conmigo»), había estudiado en
la Academia de Bellas Artes de Kinshasa. «Pinto desde que tenía diez
años", me dijo.
Dos niños contraen el estómago, giran la cabeza y trinan como pájaros durante un rito iniciático en Kinshasa.
El bullicioso barrio de Ngaba, en Kinshasa, es un
hervidero de iniciativa empresarial. La mayoría de los habitantes de la
urbe están oficialmente desocupados, y tienen que hacer chanchullos e
improvisar para subsistir.
Como protesta contra la contaminación, la artista
Julie Djikey se disfraza de «coche humano», con filtros de aceite en los
pechos y una mezcla de aceite de motor y ceniza de neumáticos quemados
untada sobre el cuerpo.
El célebre pintor Chéri Chérin puede trabajar de noche gracias a la luz de un farolillo que sujeta su aprendiz, Makoko.
Casi toda Kinshasa sufre regularmente apagones eléctricos después del anochecer.
Toda la ciudad es una pasarela para los jóvenes sapeurs de Kinshasa, adictos a la moda que aquí desfilan por el barrio de Matonge con prendas de alta costura.
Auténticos obsesos de la expresión personal, algunos de ellos se gastan la mayor parte de sus ingresos en ropa de diseño.
El célebre pintor Chéri Chérin puede trabajar de noche gracias a la luz de un farolillo que sujeta su aprendiz, Makoko.
Casi toda Kinshasa sufre regularmente apagones eléctricos después del anochecer.
Toda la ciudad es una pasarela para los jóvenes sapeurs de Kinshasa, adictos a la moda que aquí desfilan por el barrio de Matonge con prendas de alta costura.
Auténticos obsesos de la expresión personal, algunos de ellos se gastan la mayor parte de sus ingresos en ropa de diseño.
Las personas que han huido de las áreas rurales
arrasadas por la guerra han adaptado los ritos étnicos tradicionales al
ritmo urbano de la gran ciudad.
El grupo de danza Kpou Ambitiri, que tiene artistas enanos, actúa en ceremonias tribales, pero también en festivales para ganar dinero.
El grupo de danza Kpou Ambitiri, que tiene artistas enanos, actúa en ceremonias tribales, pero también en festivales para ganar dinero.
Un niño de la calle llamado Gaby trata de contener
el miedo mientras lo cubren de polvos de talco como parte de un
exorcismo para ahuyentar a los demonios.
Desde la instauración de las iglesias pentecostales
en la década de 1990, las familias congoleñas empezaron a echar de casa
a aquellos hijos que creían embrujados, una superstición que refleja
también la desesperación económica.
Freddy Tsimba suelda cucharas y balas para crear
esculturas con un fuerte contenido político, como esta de una mujer
embarazada con una maleta de botellas de agua vacías.
Albert Matubanza Nlandu, responsable de la Orchestre Symphonique Kimbanguiste de Kinshasa, repara un instrumento.
Bruce Makanga empezó a estudiar violín en su modesto hogar y ha tocado cuatro años con la Orchestre Symphonique Kimbanguiste.
En la panificadora de propiedad libanesa Pain Victoire, las barras denominadas kanga journée están por todas partes.
El pan fue introducido inicialmente por los colonos belgas, y en los últimos años se ha incorporado a la dieta de los kinois porque es un producto barato.
No hay obstáculo demasiado grande para algunos músicos kinois. El grupo Handi-Folk, compuesto por parapléjicos que sufrieron poliomielitis y otros minusválidos, ensaya en un bar.
Bodys Isek Kingelez, cuyas maquetas de ciudades
futuristas se venden por decenas de miles de euros, almacena sus obras
dentro de un coche.
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